Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

domingo, 12 de febrero de 2017

Última carta de Manuel Molina a Carlos Fenoll, y viceversa.








   Últimas cartas de Carlos Fenoll:

    Carlos Fenoll Felices nació en Orihuela el día siete [8] de agos­to del año 1912, y murió en      Barcelona a finales del año 1972. Ya desde niño fue dedi­cado a la faena familiar, al horno panadero que sus pa­dres poseían en la calle de San Juan, primero, y más tarde, y durante muchos años, en la calle de Arriba. Desde la ta­hona, Carlos iba, de niño, a repartir la tierna mercancía por el centro de la ciudad, por las calles principales don­de se agrupaban los escapara­tes de tejidos, de comestibles y dé la rica confitería oriolana.

Su fantasía de niño, de adolescente, transfiguraba los cuadros que tenía a la vista, en  parcelas del paraíso, en joyas y angelerías, que le hicieron inclinar sus gustos por la belleza y el arte. Por ello, su orfandad escolar -me dijo- la suplió aprendiendo a leer en los letreros  comerciales, ayudado por los transeúntes que le facilitaban los nombres las vocales y de las consonantes y de su ayuntamiento verbal.
Muy joven, se arrimó al horno y em­pezó a cumplir su oficio a la manera de una ceremonia. El naufragio del fuego, el aroma de la tierra campesina, el crepitar de la leña, y su gobierno con la pala-batuta de aquel concierto infernal, le hicieron sentirse héroe de un mar fan­tástico. No menos atractivo ejerció en él la flor del trigo, la suavidad de la ha­rina blanca, dorada, morena; la masa re­belde, áspera al principio de la labor, luego mansa, dócil, modelada por sus manos de artista. Todo esto fue al prin­cipio un rito sabroso para su alma incipiente, para su inicial deseo de creación.
  Como sus antepasados, como su pa­dre, fue un artesano cabal. Pero, como a su padre también, le picó en la pala­bra el deseo de la canción, y muy pron­to le brotaron los pareados, las cuarte­tas, con la naturalidad y la sencillez de la gracia misma.
Pronto se dio cuenta Carlos Fenoll que no podía resignarse a ser un simple coplero, un versificador ocasional. La poesía lo reclamaba, le exigía una aten­ción cada vez, más constante, un estudio profundo, un conocimiento verdadero. Pero a la vez su trabajo se había dupli­cado, luego multiplicado con la muerte de su padre, con la llegada del amor y del hijo, con las bocas que crecían en su torno. Juvenil entonces, no se dejó vencer, y ya que él no podía acudir a las bibliotecas, a las tertulias, a los ami­gos, de la mano de su simpatía, lo aca­rreó todo allí, los juntó en su laboratorio de sudor.
Ya he contado en diversas ocasiones la historia de la tahona de Carlos Fenoll. Allí nació la poesía eterna de Orihuela. Allí se juntaron los panes con las penas de la vida espiritual y de la muerte que no cesa. Y Carlos Fenoll quiso evadirse, borrarse de su nombre y de la poesía, y escapó a Barcelona, como emigrante anónimo, a trabajar en su oficio y olvi­darse de todo. Antes había quemado pa­peles y recuerdos, prometiéndose no es­cribir nunca más.

    La violencia que causó en su espíri­tu esta decisión ha sido el tormento an­gustioso de los veinticinco últimos años de su vida. De las cartas que le logré arrancar con mi constancia latosa, transcribo unos párrafos recientes: Pre­viamente he vuelto a leer tu carta fecha­da el 14 de noviembre, animosa, feliz…, Y la carta-cartón fechada el 30 del mis­mo mes, en la que, inesperadamente, acusas una gran depresión nerviosa, que, la que te lleva a extremos de despotricar contra ti mismo, cosa que 110 me gusta,  que me asusta que te ocurra a ti, pues para depresivo, pesimista, asqueado de sí mismo ya hay bastante conmigo. Eso es usurparme mi infierno mi territorio maldito" (carta del 12-12- 1970).
“…por la sencilla razón de que tome las vacaciones el día 1 y lo he pasado muy distraído y muy a gusto por ahí, y por allá –últimamente por las islas Canarias- rn compañía naturalmente de mi Concha.

   Tenía verdadera necesidad este año de hacer de hacer las vacaciones cuanto antes, porque me encontraba ya bastante apurado de energías físicas y morales. Las necesitaba como urgente y única medicina. Ahora me encuentro sólo un poco mejor. Para reanimarme del todo hubiera sido preciso que el soplo durase dos meses más, por lo menos. Había demasiada ceniza para aventar” (Carta del 30-06-1971)
En otras cartas anteriores a ésta, me hablaba también de sus estados síquicos-depresivos, de su falta de voluntad, incluso, para escribir una carta, que, por otra parte, le atormentaba no escribir. Era- se adivinaba- una lucha negra entre el deseo y la potencia, entre la luz y la oscuridad.
   Contra los fantasmas que abogaban su voz y su vida  estuve luchando durante los  veinticinco años de su agonía. Durante estos años —desde el 1947 que marchó a Barcelona— puse sus versos en todas revistas literarias en las que interviene, escribí artículos sobre su vida y su obra en la Prensa, y casi siempre fue nombrado en mis charlas literarias. En mis libros sobre Miguel Hernández ocupa el lugar que por derecho le pertenece, y en todo momento le ani­mé a luchar para salir de su infierno.
Y tanto es así, que en nuestro último encuentro en Barcelona, me dijo: "No voy a tener más remedio que volver a escribir para renovarte el repertorio”. Fue el 20 de octubre del año 1971. Des­de entonces va no tuve más noticias suyas. Su muerte ha clausurado definitiva­mente la edad de oro de la poesía oriolana.      

Por Manuel Molina 1973



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