Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

martes, 7 de febrero de 2017

Manuel Molina autor de "Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela" de 1969. Un libro imprescindible.


                                 Libro publicado en Librería Anticuaria El Guadalhorce, Málaga


Manuel Molina y Miguel Hernández, junto a Carlos Fenoll, Efren Fenoll, Jesús Poveda, José Murcia Bascuñana, Ramón Sijé, Antonio Gilaber (el primo de Miguel), como Josefina Fenoll (la panadra novia de ramón Sijá) se conocían desde críos y jovenes en Orihuela, y más de amigos de una tertulia literaria "La tahona de los Fenoll" eran amigos de pandilla del barrio, pues no fue tertulia literaria hasta 1936 cuando se editó las hojas de SILBO, donde aparece Ramón Pérez Álvarez en la redacción. Molina, era siete años más joven que Miguel, había nacido en calle Barrio Nuevo, calle contigua a la de Arriba donde viviera Miguel y Carlos Fenoll.   Molina lo relata en su libro: "Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela", de 1969. Tengo un ejemplar que me fotocopió Aitor L. Larrabide, doirector de de la Fundación Cultural Miguel Hernández Orihuela en 2012.
 Molina escribe:


MIGUEL HERNÁNDEZ, (Páginas 45-47)

Conocí a Miguel diciendo gorgoritos gongorinos en la tribuna del horno [horno o tahona de pan de los Fenoll en calle Arriba 5], con toda una risa inmensa saliéndosele por la boca de ruda carnosidad varonil, saltándole por los ojos de verde agua madurada por los ríos que trabajan las norias del sudor, danzándole desde su cabeza semicalva de tan pelada hasta sus pies duros de trepar entre cheroles y peñas crudas y desnudas. Desnuda era la risa de Miguel aquella mañana de sol alto, reflejando en su tez sonrosada por la proximidad de la sangre sana que inundaba toda la luz de su presencia el imán de su alegría juvenil, la onda de su voz, el metal vibrante de su apasionado sentir, la fuerza pura que emanaba de él y se apoderaba gozosamente de la voluntad de los demás. Allí estaba entonces, radiante, como ahora mi corazón, recién nacido de un sueño del que uno no quisiera despertar nunca.

Desde aquel' día, un día sin fecha posible, fui uno de sus amigos. El era la encamación de la amistad verdadera, la mano abierta de la  cordialidad entera y fiel Por mi memoria cruza su imagen limpia, de mirada alta su paso de aire ondulante, acostumbrado a andar sin caminos, a caminar sin sendas, sin trochas, sin atajos acomodando el pie al suelo del destino.

Entonces ya no era pastor, era aprendiz de oficinista, mozo de notario, con recados, correos y folios e infolios a su cargo. Pero se le notaba en seguida que le sobraban manguitos, estanterías, ficheros, paredes; se le notaba en seguida que le faltaba el campo, la acequia, el monte. Andando por la ciudad dejaba aromas de una rusticidad delicada y entrañable, mientras que cuando regresaba a su elemento natural, a los espacios libres, un tufillo polvoriento de papel manoseado, de tinta reseca, de pupitre carcomido por los años y la avaricia, se levantaba en torno de sus antiguos compañeros de aventuras pastoriles Pero él era siempre sencillo e inocente y pronto restablecía la vieja fraternidad que fue sü norte v su guia hasta el fin.

A la hora del atardecer, a la hora de los novios callejeros salíamos Miguel y vo algunos días a pasear por la Glorieta de la ciudad, que es el lugar donde se da cita la juventud en el buen tiempo. El buen tiempo en Onhuela dura más de nueve meses al año: primavera verano, otoño y parte del invierno. Miguel era muy tímido y se encendía hasta las orejas cuando alguna muchacha lo miraba algo más de la cuenta. Por el trato con la naturaleza y por el oficio de pastor que había ejercido hasta los veintidós años, no conocía del amor más que su fase sexual. La mujer no era para él nada más que la hembra deseada, pero de una manera viril y sana, sin fantasías mentales o viciosas.

Seguíamos a las muchachas de cerca, apreciando su atractivo personal, pero sin entablar ninguna clase de trato con ellas. Otras veces dábamos unas vueltecitas por los puentes—paseo clásico de los horteras y modistillas, de los menestrales y solteronas burguesas—, deteniéndonos en alguna taberna o bar moderno a beber el buen vino, legítimo, de Yecla o Jumilla. A Miguel Hernández le divertía escandalizar a nuestros paisanos señoritos, presentándose en los establecimientos más frecuentados en mangas^ de camisa y con la camisa por fuera del pantalón. Hacía alguna de sus deliciosas pantomimas, ridiculizando a esta clase de seres vacíos—de los que abundan en nuestro pueblo—, y nos marchábamos ante el asombro de la concurrencia.

Algunas tardes íbamos al campo. Recuerdo tina de ellas que nos juntamos Carlos Fenoll, Bascuñana (a quien llamábamos "El Arriero", por lo bien que cantaba una zarzuela famosa entonces que se titulaba "El cantar del arriero"), Miguel y yo. Recorrimos los caseríos próximos y cuando estábamos más desamparados nos cogió una lluvia veraniega que en pocos segundos nos caló hasta los huesos. Unos minutos después nbs secábamos al sol de la tarde y poco después nos deteníamos en una taberna campesina, emparrada y húmeda, que invitaba a beber. Rodeamos una mesita y nos trajeron unos platos con habas bien condimentadas con especies picantes—que el paladar oriolano matiza de una manera asombrosa—, y bebimos y cantamos hasta bien entrada la noche... (continúa)


En la página 72 y 83 escribe Molina:

  Nuestro último encuentro [con Miguel Henández] fue al principio del otoño del año 1939 [segunda quincena de 1939, cuando Miguel salio de la carcel de Torrijos de Madrid y se vino a Cox]. Mi hermana mayor me dijo que Miguel había estado en mi casa [Molina estaba soltero] preguntando, por mí y que tenía prisa por llegar a Cox, donde estaban su mujer y su hijo. Al día siguiente [posiblemente el día 19 de septiembre, porque Miguel llegó a Cox el día 18 -lo dice en una carta a José María deca Cossio que el 19 estaba en casa de los padre de Sijé escribiendo la carta-], a primera hora, salí para Orihuela, dónde comuniqué a Carlos Fenoll la noticia. Nos pusimos de acuerdo y partimos al mediodía para Cox. Cuando llegamos, Miguel dormía. la siesta. Después de los abrazos de rigor, de unas ensaladas y unos vinos, le preguntamos a Miguel qué era lo que pensaba hacer. Nos dijo que había estado más de cuatro meses en una cárcel de Madrid y que había salido libre y sin ninguna denuncia, que ahora pensaba dedicarse a trabajar la tierra. "Por lo pronto—nos dijo—, mañana voy a Ori-huela a ver a mis padres de la calle de Arriba v a los de la calle Mayor.' (Estos últimos eran los paáres de los Sijé, que él quería tanto como a los propios.) Nosotros, Fenoll y yo, tratamos por todos los medios posibles de disuadirlo de que fuera a nuestra tierra, de que hiciera todo lo contrario, que se alejara lo antes posible y cuanto más lejos mejor. No hubo manera de convencerlo. Decía que él no era un criminal, que él no se había metido con nadie, que nadie podía tener interés en hacerle mal. Estuvimos luchando toda aquella tarde, toda aquella noche, vísperas de su santo. [Según el sumario 4.487 a Miguel lo detuvieron en Orihuela el 28 de septiembre, no el 29 día de San Miguel]


Notas de Ramón Fernández Palmeral, autor de los libros "Carlos Fenoll, trayectoria viatal y poética" "Ramón Sijé, el Estigmatizado" y "Miguel Hernández, el poeta del pueblo".

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