Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

lunes, 20 de febrero de 2017

En este texto de Concha Zardoya se confirma lo de la terturlia de la tahona de los Fenoll




Continuación página 14 del texto de Concha Zardoya:

Comienza entonces su autoeducación con una constancia y una voluntad extraordinarias. Se aficiona a leer, pero no tiene quien le guíe en sus lecturas. Así, éstas son desordenadas c, inicialmente, carecen de toda selección. Frecuenta la biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Lee cuanto cap en sus manos. A este respecto, Miguel confesaba: "Lo primero que leí fueron novelas de Luis de Val y Pérez Es-crich." Sin embargo, muy pronto se desarrolla en él un seguro instinto que le lleva a elegir siempre lo mejor. Su originaria sencillez de mozo campesino se corrobora en los versos de Gabriel y Galán. Mas luego abreva en los clásicos y lee Don Qtújole; dc.scuhrc a Lope de Vega, a San Juan de la Cruz, a Góngora y, sobre todo, a Gar-cilaso. Sus lecturas, poco a poco, alcanzan a los poetas modernos y contemporáneos: Rubén Darlo, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Y lee apasionadamente a Gabriel Miró, en el cual halla una sensibilidad afín y el mismo amor al paisaje levantino; también admira en él su virtuosismo de la palabra, su riqueza de léxico.

Dotado de un prodigioso talento natural, Miguel Hernández empieza a escribir sus primeros versos a los dieciséis años. Con ellos va llenando un cuadernillo... Pero su incontenible vocación creadora no menoscaba en un ápice la llaneza y simplicidad del pastor que es, sino que, más bien, se funden o se complementan. Sus poemas adolescentes recogen las sensaciones que experimenta como zagal pastoril; la piedra que tira a sus corderos, la siringa de caña que sopla quedamente, la siesta de otoño, el loco rumor de los insectos a mediodía, el chivo y el sueño, el camino, la cumbre, la soledad... Sigue ampliando sus lecturas; copia poemas de Jorge Gui-llén... Lee en pleno paisaje, en las alturas serranas y en la vega; pero también se acuesta muy tarde y la madre tiene que levantarse para llevarlo a la cama. Entre espigas y tueras, avispas, cuernos recentales, vedejones de lana, las higueras y limoneros de su huerto, el barro del Segura y los riscos, le nacen los versos primerizos y los de su temprana juventud.

Ni el instituto ni la universidad le enseñan letras medias ni letras superiores. El solo aprende métrica y rima. Cuando conoce a los Fenoll y a los Sijé, el arduo aprendizaje técnico casi ha llegado a su término, después de muchas batallas solitarias, de repetidos ensayos y tras algunos aciertos.

Miguel Hernández, al fin, ha logrado ampliar su mundo con el hallazgo de la amistad. En el Horno Fenoll, ayuda a su amigos a heñir la masa en los hinteros o, habla que te habla, presencia la cochura del pan y aspira su aroma tierno. La casa-panadería de Carlos y Efrén Fenoll Felices—hijos de un poeta popular— es el centro de tertulia en que se reúnen los aficionados a las letras de Orihuela y en donde Miguel Hernández halla su primer auditorio. Estanterías y mostradores de mármol limpio, la hornada caliente, sirven de fondo a estas eharlas, en las que intervienen, además, los hermanos José y Justino Marín Gutiérrez, cuyos seudónimos literarios son, respectivamente, Ramón y Gabriel Sijé.

Orihuela, entre tanto, sigue enriqueciendo los sentidos del poeta. Todos los prodigios de su paisaje penetran en Miguel Hernández y le dejan un eco sensitivo: frutales en flor, olivares, sembrados, siegas y garbas. Todo el paisaje le late encima y le traspasa. Toma el sol en los calveros— o en el lugar de la Muela que él llamaba "la plancha", porque en ella se tostaba—, mientras los saltamontes, las lagartijas y los tábanos brincan a su alrededor.

Miguel Hernández era un adolescente, un joven puro, que prefería sentirse un poco salvaje, subir a los árboles e imitar a los gorriones, escalar la Cruz de la Muela y dejar en las rocas la mancha de su sudor. Muy limpio siempre, no se saciaba de agua y, buen cabrero, "ordeñaba"—según decía—la que brotaba de los manantiales.

Concha Zardoya
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No acierta Concha cuando al principio de escrito dice que los silbos de Miguel Hernández  se refiere a los silbido de los cabreros con el ganado. Miguel como gran lector de San Juan de la Cruz leyó "Canción del alma y el esposo" donde el pota místico escribiera un verso que dice "silbo de los aires amorosos", y en otro verso dice "que el ciervo vulnerado", de aquí es donde Miguel tomó sus silbos de afirmación en la aldea y los silbos vulnerados, y no de los silbidos del pastor.
Ramón Palmeral.

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