Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

miércoles, 22 de febrero de 2017

Miguel Hernández y Manuel Molina. Una amistad en dos tiempos, por Cecilio Alonso en AUCA, 2011



 
Cecilio Alonso




tiempos, por Cecilio Alonso en AUCA, 2011


Manuel Molina que, durante los años del franquismo fue el más activo y entusiasta propagador de la obra hernandiana en Alicante, en las últimas décadas viene siendo oscurecido por algunos biógrafos del autor de Viento del pueblo que prescinden de su modesto papel en el dramatis personae de la juventud oriolana del poeta y minimizan sus esfuerzos por mantener viva la memoria de Miguel en los años más adversos. Los testimonios de Molina, recogidos en su ensayo literario Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (Málaga, El Guadalhorce, 1969) son objeto de prevención, calificados de candorosas impresiones de adolescencia sublimadas por el recuerdo nostálgico y por ende poco fiables. De hecho se han visto postergadas ante datos y opiniones aportadas por otros compañeros de ilusiones republicanas con pretensiones de mayor veracidad, aunque no exentas de contradicciones, como las de Jesús Poveda en su exilio mexicano (Vida pasión y muerte de un poeta: Miguel Hernández. Memoria-Testimonio, 1975) o -desde su destierro murciano- las de Ramón Pérez Álvarez10, secretario de Silbo, nacido en 1918, más joven que Molina. Ambos le achacaron el invento de la tertulia lírica de la tahona de los Fenoll bajo sospecha de intrusismo y trataron de desacreditarlo en términos desmesurados. La animadversión personal del segundo llegó incluso a la negación del saludo en cierta visita que hizo a la biblioteca alicantina donde Molina trabajó hasta los años 1980. Sin embargo, aquel irreductible anarquista [Ramón Pérez Álvarez fue de la CNT]  transigió con otras ficciones, más difundidas sobre la religiosidad de Hernández o sobre el mismo retablo teatral de la idealizada tahona, como las de Juan Guerrero Zamora (Noticia sobre Miguel Hernández, 1951", Miguel Hernández, poeta, 1955) con quien Ramón [Pérez Álvarez] también mantuvo relación como informante. Respecto a Poveda, casado con Josefina Fenoll, después de algún tiempo de malentendidos con Molina, se produjo la reconciliación en Torrevieja. Lo atestigua la memoria de Maruja Varó y una carta de Jesús a Molina fechada el 15-6-1987: «Amigo Manolo: Gracias por tu carta y la fotocopia de esta página de La Verdad que contiene tu trabajo sobre Miguel. Mi mujer (Josefina Fenoll) y yo os recordamos con todo cariño y esperamos que no se tengan que cumplir otros cincuenta años para reencontrarnos de nuevo. ¿No os parece?...».
Contra quienes han creído ver en los recuerdos de Molina un intento de acogerse a la sombra de un gran poeta para encontrar su hueco en la gran historia literaria, los que conocimos al autor de Hombres a la deriva sabemos que no figuró nunca entre sus objetivos literarios el de medrar a cuenta ajena. Colaborador de prensa, con frecuencia gratuito, difundía en cuanto tenía ocasión obra y recuerdos de Hernández, de Sijé o de Fenoll [Carlos], que después reelaboraba en opúsculos publicados a sus expensas con el legítimo interés de dar mayor fijeza a sus testimonios.



Nacido en 1917 [17 de octubre], Molina era siete años más joven que Miguel. Su relación con él comenzó siendo de vecindad hasta que, en su adolescencia, el deslumbramiento que le produjo Carlos Fenoll, el panadero de la calle de Arriba, lo llevó a admirar los versos de todos sus amigos, y a identificarse con los muchachos mayores que frecuentaban el obrador de la tahona. Su más antigua referencia pública a aquellas sensaciones data de 1946, en la primera revista Verbo, mucho antes de sus aludidas evocaciones de 1969:
"Desde que éramos niños conocemos a Carlos Fenoll. Sus padres eran panaderos y él empezó este oficio, casi sagrado, teniendo como aprendizaje repartir la luciente y olorosa

Notas al pie de página
10 Véase la selección póstuma de sus artículos editados por Altor L. Larrabide y José Luis Zerón Huguet en Hacia Miguel Hernández, Orihuela, Fundación Cultural Miguel Hernández/ Empireuma, 2002.

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mercancía a domicilio de la cómoda clientela. En estas correrías que él hacía con un magnífico humor, le acompañábamos muchas veces. Amenizaba el tiempo recitando versos y contándonos fantásticas historias que nos llenaban de entusiasmo. A veces estas leyendas eran larguísimas y tardaba varias jornadas en relatarlas hasta darles fin. Nosotros -en ocasiones éramos varios los oyentes- las seguíamos con creciente interés y ésta constituía nuestra más preciada diversión. Pasó el tiempo y su vocación literaria se fue acrecentando como su propia vida. Las horas que multitud de jóvenes mustiaban tristemente en vanas discusiones deportivas u otras frivolidades semejantes, las invertía nuestro admirable Carlos junto a un grupo de soñadores de la Belleza que, en las más apartadas dependencias de su casa, a sí mismo se había creado. Entre otros, allí asistían los inolvidables Ramón Sijé y Miguel Hernández, amigos entrañables del poeta panadero. Allí nacieron -el tiempo siempre pasa- aquellas hojas amarillas -otoño fecundo- que aún guardan su permanencia en alguna biblioteca provinciana y que tuvo por nombre y lema este trino de jilguerillo verde: Silbo, en las que colaboraron los más grandes poetas de la época."
La diferencia de edad no permitió una estrecha confraternización poética entre ambos durante aquellos prometedores años de la República -Manolo no publicó sus primeros versos hasta 1937-, aunque hubo momentos de coincidencia y camaradería antes de su trasladado familiar a Alicante en 1935 y de que Miguel marchara de nuevo a Madrid. Un Molina quinceañero sólo había podido ser mudo asistente a la inauguración del monumento a Miró en la Glorieta oriolana (1932)" cuando Hernández ya ejercía su cuota de protagonismo. Pero, a mediados de 1934, se produjo una convivencia imprevista que dejó huella en la sensibilidad del más joven. Miguel, para completar las últimas escenas de su auto sacramental, quiso retirarse al Campo de la Matanza para componer sus versos en plena naturaleza. Manolo supo que lo iba a acompañar su amigo Antonio Gilabert, primo hermano del poeta, y consiguió que sus padres le permitieran ir con ellos. El tiempo quizás enmarañó detalles en la memoria del muchacho, pero quedó intacta su impresión ante el vitalismo creativo del poeta impregnado de imágenes campesinas llenas de realidad. Molina quedó impresionado por la lectura que Miguel les hacía de sus versos recién hechos. También recordaba la emoción que el joven poeta transmitía al recitar La carbonerilla quemada, de Juan Ramón, ante los niños de la escuela graduada que dirigía Francisco Giménez Mateo, tío de Manolo. No faltaron por entonces otros momentos que alimentaron en Molina la sensación de proximidad a sus amigos mayores: algunas correrías en grupo por la huerta y baños en el río; las rudimentarias escenificaciones de Quién te ha visto y quién te ve... en el Salón Novedades, con intervención del primo Antonio Gilabert, o las primeras lecturas de El torero más valiente en la salita de costura de "las Catalanas", tuvieron lugar preferente en la memoria de Manolo, a quien Miguel, desde Madrid, recordaba en algunas de las cartas colectivas enviadas a Fenoll: "No escribo a mi primo, no escribo a Molina, no escribo a no sé cuántos amigos. Me es imposible por completo repartirme más... Diles que me perdonen11".
Durante la guerra civil hubo otros encuentros. El primero en el Madrid cercado, diciembre de 1936, en la sede de la Alianza de Intelectuales, en compañía de Carlos Fenoll y Jesús Poveda como consta en testimonios epistolares de Vicente Aleixandre a quien los tres visitaron en aquella ocasión en su casa de la calle Españoleto, nº 16:
"Somos los mismos que aquellos días nos vimos, días que valieron por años y sangre que valió por torrentes. ¿Te acuerdas del vinillo que nos tomábamos en aquel día de Navidad? Tú con tus 18 años y los simpatiquísimos Fenoll y Poveda un poco mayores que tú, con sus veintitantos. De toda aquella larga temporada es uno de los recuerdos más puros que tengo. Luego Miguel vino muchas veces, mi gran Miguel que era como un hermano chico para mí, y me habló de vosotros12..."

Notas al pie de página
[11]  Carta de Miguel Hernández a Carlos Fenoll, febrero 1936, Obra Completa, II, Madrid, Espasa Calpe 1992, p. 2.369. Véase alusión a otra carta perdida en Molina, Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela, ed. cit., p.57,
(12) Carta de Vicente Aleixandre a Manuel Molina, 29-2-1952. (Archivo de Maruja Varó).

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El segundo encuentro fue en el verano de 1937, con motivo de la conferencia de Miguel poeta de guerra en el Ateneo de Alicante. Aquella tarde Molina le presentó al joven Vicente Ramos. El tercero, casual, en un café de la valenciana calle de la Paz, en 1938, recién salido Miguel de una temporada de reposo en Cox. En esta localidad tuvo lugar el último encuentro durante la precaria libertad del poeta antes de su prisión definitiva. Para instarle a que no se dejara ver por Orihuela, a Cox acudieron Carlos Fenoll y Molina, circunstancia poco considerada por los biógrafos más recientes de Miguel, pese a haber sido recordada por la propia Josefina Manresa en sus Memorias13.
Al término de la guerra Molina recuperó pronto su relación con Carlos Fenoll, a quien trató de asociar al proyecto de una agencia publicitaria basada en la común habilidad versificadora. La suerte de Miguel Hernández le preocupaba como prueba una carta de Adriano del Valle en 1940. El traslado del poeta a Alicante a mediados de 1941, lo llevó a mantener contacto con Josefina a quien conocía desde su primera juventud y con Elvira Hernández, avecindada entonces en Benalúa. Maruja Varó recuerda cómo su hija Elvirín [Rosa Moreno Hernández] les dio la noticia de la muerte de su tío Miguel, en la calle Pardo Jimeno donde estaba jugando al corro con otras niñas. En el número 15 de dicha calle se encontraron con la viuda que permaneció aún unos días en Alicante tras la muerte de su esposo.

Una memoria laboriosamente desamordazada

Molina inició su reivindicación de Miguel de manera inmediata, boca a boca y por vía epistolar -cartas de Aleixandre, Ricardo Blasco, José Juan Pérez, Leopoldo Urrutia y otros lo atestiguan- hasta que pudo llegar la hora de hacerlo en letra impresa, reivindicando al mártir de la causa popular y difundiendo su nombre ligado a su alta jerarquía poética:
"Cuando murió Miguel -escribía en un raro texto de 1958-, sólo una escasa minoría de españoles y unos cuantos hispanoamericanos conocían su obra. La pasión de la guerra civil española había borrado las huellas de su nombre atronador, su voz de rayo vibrando en las trincheras. El poeta quedaba sepultado bajo el viento iracundo de la resaca final. Pero su semilla ardía en la tierra joven de España. Sus poemas -mecanografiados por fieles amigos- circulaban veladamente por tertulias y aulas, conmoviendo con su grandeza los más limpios corazones de la patria española. Algunos ejemplares de sus primeras obras publicadas, volvían a nuestras manos con la pátina inconfundible de los libros sometidos a múltiples lecturas14..."
Su colaboración con Vicente Ramos y después con José Albi en la revista Verbo, le abrió amplios contactos en España y en América. En diciembre de 1946 vio la luz en esta publicación su Réplica a Espadaña donde reclamaba para Miguel Hernández la condición de gran poeta sin empequeñecerlo con el compasivo marbete de "malogrado". La confianza que Josefina Manresa tenía en Manolo abrió las puertas de su casa a Juan Guerrero Zamora, que pese a su inserción en los cuadros culturales del movimiento llegaba avalado por Vicente Aleixandre; al matrimonio Francisco Ribes y Josefina Escolano (Ma de Gracia Ifach) que trataron de contribuir a la educación de Manuel Miguel Hernández; a Concha Zardoya, entre tantos otros. Todos dejaron en sus libros testimonios de la disponibilidad de Molina que el lector interesado podrá encontrar abundantemente documentada en el libro Miguel Hernández en Alicante publicado con Ramos en 1976, con quien había coeditado en la colección Ifach los Seis poemas inéditos y nueve más veinticinco años antes. Manolo propagó sus recuerdos de Miguel en todo tipo de foros, desde las pioneras conmemoraciones del 50 aniversario de su nacimiento (1960) -Les Langues Néolatines (París)- a los primeros homenajes no autorizados durante el tardofranquismo como el convocado en la Universidad de Valencia al cumplirse los veinticinco años de su muerte (1967), donde predicó el hernandismo en momentos políticos muy tensos. Diez años antes de la gran recuperación popular del poeta, Manolo sabía despertar la admiración de adolescentes desprevenidos que escuchaban de su boca por vez primera aquellos versos

Notas al pie de página
13 ) Josefina Manresa, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Madrid, Ed. de la Torre, 1980, p. 101.
14) Manuel Molina, "Vida y obra del poeta" en Poetas de Ayer y de Hoy. Cuadernillos de poesía dirigidos por Simón Latino. Buenos Aires, ] 958, p. 2.

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de vida, amor y muerte en institutos huertanos muy cerca de Orihuela, como el de Alquerías donde yo impartía docencia en 1966.
En el proceloso año de 1976, cuando aún no se habían activado los mecanismos democráticos, Molina encabezó la lista de cuarenta escritores y artistas alicantinos firmantes de una carta pública (20 de febrero) para reclamar de las autoridades municipales un monumento que perpetuara la memoria del poeta en un lugar destacado de la ciudad. Semanas después se adhería a la convocatoria del gran Homenaje de los Pueblos de España a Miguel Hernández que tanta expectación despertó en aquel año de vísperas democráticas15. Cuando en 1977 la figura de Miguel se consagraba como mito de amplio alcance popular, Molina temió que la incorporación apresurada de nuevos devotos fijara una imagen empobrecida y confusa del hombre que él había conocido. Sobre todo manifestó su temor ante la presencia de conversos que antaño insultaron al poeta hasta en su muerte y escupieron en su memoria, aquéllos que, de paso, querían hacer de él todo lo que no había sido: "beato, burgués y simple". Fue entonces cuando Manolo, que nunca fue historiador ni biógrafo, cuyas aportaciones a la memoria habían sido más bien intimistas y líricas, incitó decididamente a la investigación histórica reclamando de los especialistas la revisión del proceso de Miguel, la indagación de su conducta durante la guerra, su identificación con la causa republicana como soldado "con pan y hábito pobre, sin más metal que el de su voz vibrando en las trincheras" que con el fracaso y la derrota "aceptó el paso de la pena como un soldado16".
Por aquellas fechas también participó en la confección del número que bajo el título de Vida y muerte de Miguel Hernández publicó la revista malagueña Litoral en febrero de 1978. Allí apareció un soneto suyo -no incluido en Amistad con Miguel Hernández (17) ni en sus Versos escogidos (1992)- con el que cerramos esta apresurada evocación de una amistad que si bien no fue determinante en la vida de Miguel, tuvo una proyección nada desdeñable en el sustento de su memoria durante la posguerra18:

"Sonido de Miguel: // Tú me suenas a mar, Miguel, me suenas / a una tierra profunda y conmovida, / me suenas al dolor que da la vida / cuando nos llega roja de cadenas.// Me suenas a pesar, a penas, penas / que dejan un cuchillo en cada herida,/ una boca sangrante y decidida la romper el terror y sus cadenas. // Tú me suenas, Miguel, vivo y cercano, / al borde de la palma de la mano / con el brazo valiente de tu nombre. // Me suenas a verdad, a puro vino, / a flor de pan del horno del vecino, / con temple de varón, templo del hombre.//"
Cecilio Alonso

Notas al pie de página
14 )     Francisco Moreno Sáez, coord., Homenaje de los pueblos de España a Miguel Hernández. Alicante, Universidad de Alicante-Fundación Pablo Iglesias, 2010, pp. 15 y 22.
15)      Manuel Molina, Un mito llamado Miguel. XXXV aniversario de la muerte de Hernández. Alicante, Silbo, 1977, pp. 35-36.
16)      En Amistad con Miguel Hernández (Alicante, Silbo, 1971, pp. 70-76) recogió Molina ocho poemas dedicados a Miguel procedentes de la revista ilicitana Estilo (1947) y de sus libros Hombres a la deriva (1950), Camino adelante (1953), Versos en la calle (1955), Coral de pueblo (1968) y Balada de la Vega Baja (1970).
17) Litoral. Revista de la Poesía y el Pensamiento, de Malaga,  73-75 (1978), p, 186.

Página 44 y última
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(Tomado de la revista AUCA, revista Literaria y Artística) nº 21, marzo de 2011. Ppg. 41-44)


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