tiempos, por Cecilio Alonso en AUCA, 2011
Manuel Molina que,
durante los años del franquismo fue el más activo y entusiasta propagador de la
obra hernandiana en Alicante, en las últimas décadas viene siendo oscurecido
por algunos biógrafos del autor de Viento del pueblo que prescinden de
su modesto papel en el dramatis personae de la juventud oriolana del
poeta y minimizan sus esfuerzos por mantener viva la memoria de Miguel en los
años más adversos. Los testimonios de Molina, recogidos en su ensayo literario
Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (Málaga, El Guadalhorce, 1969)
son objeto de prevención, calificados de candorosas impresiones de adolescencia
sublimadas por el recuerdo nostálgico y por ende poco fiables. De hecho se han
visto postergadas ante datos y opiniones aportadas por otros compañeros de
ilusiones republicanas con pretensiones de mayor veracidad, aunque no exentas
de contradicciones, como las de Jesús Poveda en su exilio mexicano (Vida
pasión y muerte de un poeta: Miguel Hernández. Memoria-Testimonio, 1975) o
-desde su destierro murciano- las de Ramón Pérez Álvarez10,
secretario de Silbo, nacido en 1918, más joven que Molina. Ambos le
achacaron el invento de la tertulia lírica de la tahona de los Fenoll bajo
sospecha de intrusismo y trataron de desacreditarlo en términos desmesurados.
La animadversión personal del segundo llegó incluso a la negación del saludo en
cierta visita que hizo a la biblioteca alicantina donde Molina trabajó hasta
los años 1980. Sin embargo, aquel irreductible anarquista [Ramón Pérez Álvarez
fue de la CNT] transigió con otras
ficciones, más difundidas sobre la religiosidad de Hernández o sobre el mismo
retablo teatral de la idealizada tahona, como las de Juan Guerrero Zamora (Noticia
sobre Miguel Hernández, 1951", Miguel Hernández, poeta, 1955)
con quien Ramón [Pérez Álvarez] también mantuvo relación como informante.
Respecto a Poveda, casado con Josefina Fenoll, después de algún tiempo de
malentendidos con Molina, se produjo la reconciliación en Torrevieja. Lo
atestigua la memoria de Maruja Varó y una carta de Jesús a Molina fechada el
15-6-1987: «Amigo Manolo: Gracias por tu carta y la fotocopia de esta página de
La Verdad que contiene tu
trabajo sobre Miguel. Mi mujer (Josefina Fenoll) y yo os recordamos con todo cariño y esperamos
que no se tengan que cumplir otros cincuenta años para reencontrarnos de nuevo.
¿No os parece?...».
Contra quienes han
creído ver en los recuerdos de Molina un intento de acogerse a la sombra de un
gran poeta para encontrar su hueco en la gran historia literaria, los que
conocimos al autor de Hombres a la deriva sabemos que no figuró nunca entre
sus objetivos literarios el de medrar a cuenta ajena. Colaborador de prensa,
con frecuencia gratuito, difundía en cuanto tenía ocasión obra y recuerdos de
Hernández, de Sijé o de Fenoll [Carlos], que después reelaboraba en opúsculos
publicados a sus expensas con el legítimo interés de dar mayor fijeza a sus
testimonios.
Nacido en 1917 [17 de
octubre], Molina era siete años más joven que Miguel. Su relación con él
comenzó siendo de vecindad hasta que, en su adolescencia, el deslumbramiento
que le produjo Carlos Fenoll, el panadero de la calle de Arriba, lo llevó a
admirar los versos de todos sus amigos, y a identificarse con los muchachos
mayores que frecuentaban el obrador de la tahona. Su más antigua referencia
pública a aquellas sensaciones data de 1946, en la primera revista Verbo,
mucho antes de sus aludidas evocaciones de 1969:
"Desde que éramos
niños conocemos a Carlos Fenoll. Sus padres eran panaderos y él empezó este
oficio, casi sagrado, teniendo como aprendizaje repartir la luciente y olorosa
Notas al pie de página
10 Véase la selección póstuma de sus
artículos editados por Altor L. Larrabide y José Luis Zerón Huguet en Hacia
Miguel Hernández, Orihuela, Fundación Cultural Miguel Hernández/ Empireuma,
2002.
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…………
mercancía a domicilio de la cómoda clientela. En estas correrías que
él hacía con un magnífico humor, le acompañábamos muchas veces. Amenizaba el
tiempo recitando versos y contándonos fantásticas historias que nos llenaban de
entusiasmo. A veces estas leyendas eran larguísimas y tardaba varias jornadas
en relatarlas hasta darles fin. Nosotros -en ocasiones éramos varios los
oyentes- las seguíamos con creciente interés y ésta constituía nuestra más
preciada diversión. Pasó el tiempo y su vocación literaria se fue acrecentando
como su propia vida. Las horas que multitud de jóvenes mustiaban tristemente en
vanas discusiones deportivas u otras frivolidades semejantes, las invertía
nuestro admirable Carlos junto a un grupo de soñadores de la Belleza que, en
las más apartadas dependencias de su casa, a sí mismo se había creado. Entre
otros, allí asistían los inolvidables Ramón Sijé y Miguel Hernández, amigos
entrañables del poeta panadero. Allí nacieron -el tiempo siempre pasa- aquellas
hojas amarillas -otoño fecundo- que aún guardan su permanencia en alguna
biblioteca provinciana y que tuvo por nombre y lema este trino de jilguerillo
verde: Silbo, en las que colaboraron los más grandes poetas de la
época."
La diferencia de edad
no permitió una estrecha confraternización poética entre ambos durante aquellos
prometedores años de la República -Manolo no publicó sus primeros versos hasta
1937-, aunque hubo momentos de coincidencia y camaradería antes de su trasladado
familiar a Alicante en 1935 y de que Miguel marchara de nuevo a Madrid. Un
Molina quinceañero sólo había podido ser mudo asistente a la inauguración del
monumento a Miró en la Glorieta oriolana (1932)" cuando Hernández ya
ejercía su cuota de protagonismo. Pero, a mediados de 1934, se produjo una
convivencia imprevista que dejó huella en la sensibilidad del más joven.
Miguel, para completar las últimas escenas de su auto sacramental, quiso
retirarse al Campo de la Matanza para componer sus versos en plena naturaleza.
Manolo supo que lo iba a acompañar su amigo Antonio Gilabert, primo hermano del
poeta, y consiguió que sus padres le permitieran ir con ellos. El tiempo quizás
enmarañó detalles en la memoria del muchacho, pero quedó intacta su impresión ante
el vitalismo creativo del poeta impregnado de imágenes campesinas llenas de
realidad. Molina quedó impresionado por la lectura que Miguel les hacía de sus
versos recién hechos. También recordaba la emoción que el joven poeta
transmitía al recitar La carbonerilla quemada, de Juan Ramón, ante los
niños de la escuela graduada que dirigía Francisco Giménez Mateo, tío de
Manolo. No faltaron por entonces otros momentos que alimentaron en Molina la
sensación de proximidad a sus amigos mayores: algunas correrías en grupo por la
huerta y baños en el río; las rudimentarias escenificaciones de Quién te ha
visto y quién te ve... en el Salón Novedades, con intervención del primo
Antonio Gilabert, o las primeras lecturas de El torero más valiente en
la salita de costura de "las Catalanas", tuvieron lugar preferente en
la memoria de Manolo, a quien Miguel, desde Madrid, recordaba en algunas de las
cartas colectivas enviadas a Fenoll: "No escribo a mi primo, no escribo a
Molina, no escribo a no sé cuántos amigos. Me es imposible por completo
repartirme más... Diles que me perdonen11".
Durante la guerra civil
hubo otros encuentros. El primero en el Madrid cercado, diciembre de 1936, en
la sede de la Alianza de Intelectuales, en compañía de Carlos Fenoll y Jesús
Poveda como consta en testimonios epistolares de Vicente Aleixandre a quien los
tres visitaron en aquella ocasión en su casa de la calle Españoleto, nº 16:
"Somos los mismos
que aquellos días nos vimos, días que valieron por años y sangre que valió por
torrentes. ¿Te acuerdas del vinillo que nos tomábamos en aquel día de Navidad?
Tú con tus 18 años y los simpatiquísimos Fenoll y Poveda un poco mayores que
tú, con sus veintitantos. De toda aquella larga temporada es uno de los
recuerdos más puros que tengo. Luego Miguel vino muchas veces, mi gran Miguel
que era como un hermano chico para mí, y me habló de vosotros12..."
Notas al pie de página
[11] Carta de Miguel Hernández a
Carlos Fenoll, febrero 1936, Obra Completa, II, Madrid, Espasa Calpe
1992, p. 2.369. Véase alusión a otra carta perdida en Molina, Miguel
Hernández y sus amigos de Orihuela, ed. cit., p.57,
(12) Carta de Vicente Aleixandre a Manuel Molina, 29-2-1952. (Archivo de
Maruja Varó).
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……
El segundo encuentro
fue en el verano de 1937, con motivo de la conferencia de Miguel poeta de
guerra en el Ateneo de Alicante. Aquella tarde Molina le presentó al joven
Vicente Ramos. El tercero, casual, en un café de la valenciana calle de la Paz,
en 1938, recién salido Miguel de una temporada de reposo en Cox. En esta
localidad tuvo lugar el último encuentro durante la precaria libertad del poeta
antes de su prisión definitiva. Para instarle a que no se dejara ver por
Orihuela, a Cox acudieron Carlos Fenoll y Molina, circunstancia poco
considerada por los biógrafos más recientes de Miguel, pese a haber sido
recordada por la propia Josefina Manresa en sus Memorias13.
Al término de la guerra
Molina recuperó pronto su relación con Carlos Fenoll, a quien trató de asociar al proyecto
de una agencia publicitaria basada en la común habilidad versificadora. La
suerte de Miguel Hernández le preocupaba como prueba una carta de Adriano del
Valle en 1940. El traslado del poeta a Alicante a mediados de 1941, lo llevó a
mantener contacto con Josefina a quien conocía desde su primera juventud y con
Elvira Hernández, avecindada entonces en Benalúa. Maruja Varó recuerda cómo su
hija Elvirín [Rosa Moreno Hernández] les dio la noticia de la muerte de su tío
Miguel, en la calle Pardo Jimeno donde estaba jugando al corro con otras niñas.
En el número 15 de dicha calle se encontraron con la viuda que permaneció aún
unos días en Alicante tras la muerte de su esposo.
Una memoria laboriosamente desamordazada
Molina inició su
reivindicación de Miguel de manera inmediata, boca a boca y por vía epistolar
-cartas de Aleixandre, Ricardo Blasco, José Juan Pérez, Leopoldo Urrutia y
otros lo atestiguan- hasta que pudo llegar la hora de hacerlo en letra impresa,
reivindicando al mártir de la causa popular y difundiendo su nombre ligado a su
alta jerarquía poética:
"Cuando murió
Miguel -escribía en un raro texto de 1958-, sólo una escasa minoría de
españoles y unos cuantos hispanoamericanos conocían su obra. La pasión de la
guerra civil española había borrado las huellas de su nombre atronador, su voz
de rayo vibrando en las trincheras. El poeta quedaba sepultado bajo el viento iracundo de la resaca final. Pero su semilla ardía en la tierra
joven de España. Sus poemas -mecanografiados por fieles amigos- circulaban
veladamente por tertulias y aulas, conmoviendo con su grandeza los más limpios
corazones de la patria española. Algunos ejemplares de sus primeras obras
publicadas, volvían a nuestras manos con la pátina inconfundible de los libros
sometidos a múltiples lecturas14..."
Su colaboración con
Vicente Ramos y después con José Albi en la revista Verbo, le abrió
amplios contactos en España y en América. En diciembre de 1946 vio la luz en
esta publicación su Réplica a Espadaña donde reclamaba para Miguel
Hernández la condición de gran poeta sin empequeñecerlo con el compasivo
marbete de "malogrado". La confianza que Josefina Manresa tenía en
Manolo abrió las puertas de su casa a Juan Guerrero Zamora, que pese a su inserción
en los cuadros culturales del movimiento llegaba avalado por Vicente Aleixandre;
al matrimonio Francisco Ribes y Josefina Escolano (Ma de Gracia
Ifach) que trataron de contribuir a la educación de Manuel Miguel
Hernández; a Concha Zardoya, entre tantos otros. Todos dejaron en sus libros
testimonios de la disponibilidad de Molina que el lector interesado podrá
encontrar abundantemente documentada en el libro Miguel Hernández en
Alicante publicado con Ramos en 1976, con quien había coeditado en la
colección Ifach los Seis poemas inéditos y nueve más veinticinco años
antes. Manolo propagó sus recuerdos de Miguel en todo tipo de foros, desde las
pioneras conmemoraciones del 50 aniversario de su nacimiento (1960) -Les
Langues Néolatines (París)- a los primeros homenajes no autorizados durante
el tardofranquismo como el convocado en la Universidad de Valencia al cumplirse
los veinticinco años de su muerte (1967), donde predicó el hernandismo en
momentos políticos muy tensos. Diez años antes de la gran recuperación popular
del poeta, Manolo sabía despertar la admiración de adolescentes desprevenidos
que escuchaban de su boca por vez primera aquellos versos
Notas al pie de página
13 ) Josefina Manresa, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández,
Madrid, Ed. de la Torre, 1980, p. 101.
14) Manuel Molina, "Vida y obra del poeta" en Poetas de Ayer
y de Hoy. Cuadernillos de poesía dirigidos por Simón Latino. Buenos Aires,
] 958, p. 2.
43
……..
de vida, amor y muerte en institutos huertanos muy cerca de Orihuela,
como el de Alquerías donde yo impartía docencia en 1966.
En el proceloso año de
1976, cuando aún no se habían activado los mecanismos democráticos, Molina
encabezó la lista de cuarenta escritores y artistas alicantinos firmantes de
una carta pública (20 de febrero) para reclamar de las autoridades municipales
un monumento que perpetuara la memoria del poeta en un lugar destacado de la
ciudad. Semanas después se adhería a la convocatoria del gran Homenaje de
los Pueblos de España a Miguel Hernández que tanta expectación despertó en
aquel año de vísperas democráticas15. Cuando en 1977 la figura de
Miguel se consagraba como mito de amplio alcance popular, Molina temió que la
incorporación apresurada de nuevos devotos fijara una imagen empobrecida y
confusa del hombre que él había conocido. Sobre todo manifestó su temor ante la
presencia de conversos que antaño insultaron al poeta hasta en su muerte y
escupieron en su memoria, aquéllos que, de paso, querían hacer de él todo lo
que no había sido: "beato, burgués y simple". Fue entonces cuando
Manolo, que nunca fue historiador ni biógrafo, cuyas aportaciones a la memoria
habían sido más bien intimistas y líricas, incitó decididamente a la
investigación histórica reclamando de los especialistas la revisión del proceso
de Miguel, la indagación de su conducta durante la guerra, su identificación
con la causa republicana como soldado "con pan y hábito pobre, sin más
metal que el de su voz vibrando en las trincheras" que con el fracaso y la
derrota "aceptó el paso de la pena como un soldado16".
Por aquellas fechas
también participó en la confección del número que bajo el título de Vida y
muerte de Miguel Hernández publicó la revista malagueña Litoral en
febrero de 1978. Allí apareció un soneto suyo -no incluido en Amistad con
Miguel Hernández (17) ni en sus Versos escogidos (1992)- con
el que cerramos esta apresurada evocación de una amistad que si bien no fue
determinante en la vida de Miguel, tuvo una proyección nada desdeñable en el
sustento de su memoria durante la posguerra18:
"Sonido de Miguel: // Tú me suenas a mar, Miguel, me suenas / a una tierra profunda y
conmovida, / me suenas al dolor que da la vida / cuando nos llega roja de
cadenas.// Me suenas a pesar, a penas, penas / que dejan un cuchillo en cada
herida,/ una boca sangrante y decidida la romper el terror y sus
cadenas. // Tú me suenas, Miguel, vivo y cercano, / al borde de la palma de la
mano / con el brazo valiente de tu nombre. // Me suenas a verdad, a puro vino,
/ a flor de pan del horno del vecino, / con temple de varón, templo del
hombre.//"
Cecilio Alonso
Notas al pie de
página
14 ) Francisco Moreno Sáez, coord., Homenaje de los pueblos de España a
Miguel Hernández. Alicante, Universidad de Alicante-Fundación Pablo
Iglesias, 2010, pp. 15 y 22.
15) Manuel Molina, Un mito llamado Miguel. XXXV aniversario de la
muerte de Hernández. Alicante, Silbo, 1977, pp. 35-36.
16) En Amistad con Miguel Hernández (Alicante, Silbo, 1971, pp. 70-76)
recogió Molina ocho poemas dedicados a Miguel procedentes de la revista
ilicitana Estilo (1947) y de sus libros Hombres a la deriva (1950), Camino
adelante (1953), Versos en la calle (1955), Coral de pueblo (1968) y Balada de
la Vega Baja (1970).
17) Litoral. Revista de la Poesía y el Pensamiento, de Malaga, 73-75 (1978), p, 186.
Página 44 y última
…….
(Tomado de la revista AUCA, revista
Literaria y Artística) nº 21, marzo de 2011. Ppg. 41-44)
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