A Julio y María A Lidia
y Mamel
1.— La crítica es, ante todo, una función interpretativa que ejerce un
determinado lector sobre una obra. Es inmenso, por tanto, el corpus de
interpretaciones posibles ante un hecho literario: tantas como lectores
existan. Es muy importante, además, diferenciar la actividad crítica
interpretativa, del análisis de la obra, actividad que, desde el punto de vista
de las corrientes estructuralistas, es meramente descriptiva.
Si con esto se pretendiera hacer un análisis descriptivo de cada uno
de los poemas que conforman el último libro de Molina, Versos de la vida
(1), habría que tener la suficiente clarividencia como para —a partir de unas
virtudes constantes observables en el conjunto— llegar a una solución, a una
descripción irrefutable de la obra.
Sin embargo, no se trata ahora de eso, sino de interpretación de un
texto. Y está claro que la posición ideológica y las coordenadas
socio-culturales intrínsecas de cada posible crítico —cada lector— son varias
y, por otra parte, determinantes a la hora de emitir un juicio. Es decir, que
lo que se pueda ofrecer aquí es solamente una interpretación de la obra,
nunca la interpretación, ya que ésta, como tal, no existe.
2.— Versos de la vida
es un libro compuesto por treinta y cuatro poemas entre los cuales destacan
como núcleo principal, formalmente hablando, los veintitrés sonetos que
contiene; hay además algunos poemas en metros más cortos, así como unos cuantos
compuestos en alejandrinos. Independientemente de su configuración métrica,
podríamos considerar los poemas desde el punto de vista de las motivaciones
globales que los originan; con arreglo a esto cabría hacer quizá tres
apartados: poemas eróticos; otros poemas de carácter más específicamente
lírico, donde se juega con la imagen de la madre y de la infancia; y otros que
reponden a una preocupación social y política, y que en algunos momentos llegan
a alcanzar altas cotas de tragicidad.
Con todo, podríamos decir que el libro se desdobla, a partes iguales,
en dos grandes vertientes: la canción impregnada de emoción lírica (donde
quedarían incluidos los poemas eróticos), y el canto épico (2), que surge a
partir de motivaciones socio-políticas. Esta bipolaridad servirá más adelante
a la hora de intentar el establecimiento de unas conclusiones.
Sin embargo, existen poemas en el libro —es inútil representar un
ente variado en una estructuración sintomática— que escapan a esta
clasificación; tal es el caso de los tres primeros sonetos que se constituyen a
modo de introducción a la obra y de auto- confesión poética. Asimismo, tampoco
son susceptibles de incluirse en la clasificación propuesta poemas como
"Mis poetas" o los dos dedicados a Miguel Hernández, personaje
entrañablemente querido de Manuel Molina y -de algún modo- siempre presente en
sus raíces literarias y humanas, allá en su Orihuela natal.
3.— Consideremos en primer lugar los poemas que sirven de introducción
al conjunto (los tres sonetos iniciales antes aludidos), donde el poeta
establece los límites de su cometido y que habrán de servirnos al mismo tiempo
para ahondar en sus motivaciones particulares de cara a la creación artística.
Lejos de la concepción
del poeta como un individuo abstraído, siempre de vueltas de la inspiración y
las musas, Manuel Molina es un hombre inmerso en el tiempo que le ha tocado
vivir. Y como tal, asume "una pesada y pura pesadilla / que (le seca) la
sangre y la saliva" (p. 11): la de "notario fiel del pulso de la
hora" (p. 18); para un auditorio: "el pueblo que sufre y no
respira" (p. 9).
En estos versos queda plasmada la autoconfesión poética de la que
hablaba anteriormente; el poeta se afana en la ardua tarea de ser su propio
notario, casi un cronista particular de la realidad.
Y no para ahí, sino que su verso adquiere
plena transcendencia desde el momento en que va dirigido a alguien: a ese
pueblo que "está cansado de oir tanta mentira" (id.).
Analicemos más despacio estas tres características. Para Molina la poesía es una tarea ardua, absorbente, que se impone como una necesidad vital para el poeta; es una necesidad casi biológica, con sus ciclos incluso, la que el poeta tiene de expresión a través del lenguaje. Pero esta necesidad cumple sus períodos inmersa en unas determinadas coordenadas espacio-tempora- les a partir de las cuales Manuel Molina poetiza. Así lo dice el poeta:
Analicemos más despacio estas tres características. Para Molina la poesía es una tarea ardua, absorbente, que se impone como una necesidad vital para el poeta; es una necesidad casi biológica, con sus ciclos incluso, la que el poeta tiene de expresión a través del lenguaje. Pero esta necesidad cumple sus períodos inmersa en unas determinadas coordenadas espacio-tempora- les a partir de las cuales Manuel Molina poetiza. Así lo dice el poeta:
"(con) el asunto
que siempre da la vida,
voy dejando caer algún
soneto" (p. 10).
Y lo hace llegar hasta el pueblo
"matinal y primitivo... del hombre elemental, sin compostura", como
ya nos anunciara en Hombres a la deriva
(3).
El poeta se siente unido a esa gran tradición populista de la lírica
castellana, a esa gran línea de la lírica popular que enlaza los anónimos
juglares medievales con las últimas generaciones históricas.
4.— Los poemas eróticos forman, si no el grupo más importante
cuantitativa o temáticamente, sí el conjunto más homogéneo del poemario; y al
ser sólo cinco los sonetos de que se compone esta parcela, constituyen quizá
el apartado más fácilmente aprehensible del libro. Si a esto unimos que se
suceden consecutivamente a lo largo de la obra (pp. 27-31), podemos afirmar
que nos hallamos ante el grupo mejor cohesionado de la totalidad. Por todo
esto, y pese a no ser uno de los dos ejes estructurales indispensables del
libro, conviene hacer unas cuantas consideraciones en torno al erotismo en la
obra actual de Manuel Molina.
El primer soneto, que comienza con el verso "Rosa García Ros,
Rosa García", es el eslabón primero de la evolución imaginativa
posterior. Es un poema donde se entrevé un erotismo suave, fino, casi
vergonzoso; hay "un tono de más, de todavía". Es el amor pueblerino
de palabras calladas, entredichas, cotilleadas por las comadres en los portales
umbríos.
A través de él llegamos a la manifestación desnuda y patente del más
puro erotismo. No hay falsos rubores en estos poemas que manifiestan una gama
de motivaciones concretas, nunca enmascaradas en eufemismos artificiosos y
vacuos. El poeta llama a las cosas por su nombre, y en una perfecta sucesión
imaginativa llega a la plasmación de la figura real de la mujer. Manuel Molina
ha madurado el erotismo leve de La Belleza y el Fuego (4) ("muchachas
en el mar / —sal de la espuma"), y nos da versos como estos:
"Despierto por la sangre y el dibujo
del ánfora real tras tu
cintura
y a la altura del vientre tus corolas.
Mareas
de la flor, flujo y refluio
de caderas y pechos, de
figura
redonda por el mar y por sus olas" (p.
29).
Estos versos sirven, al mismo tiempo, para la apreciación de un dato
que es sintomático en los poemas que ahora tratamos. Obsérvese que la imagen
del mar se une —y esto es aplicable a todos los poemas eróticos del libro— a la
de la mujer amada. En todos los sonetos existe una referencia, más o menos
explícita, al mar, utilizándolo como manifestación de un universo simbólico
determinado. Parece que el poeta quiera hacer suya la suavidad, la caricia, el
ser envolvente del mar, rodeando a la mujer de un hálito de belleza, de
claridad, de lentitud sedante. Ya en Coral de pueblo (5) nos decía:
"Mar del amor
profundo... con una estela amarga de
[alegría".
Es en los dos últimos sonetos donde más abiertamente se plasma este
erotismo real y concreto del que se ha hablado antes. Expresiones como
"pecho picudo de tan recto" (p. 30) o "flor en la entrepierna muy oscura" (p. 31),
vendrían a ratificar dicha patentización.
Manuel Molina sigue fiel a su vocación de
"notario... del pulso de la hora" y sin refugiarse en subterfugios
ideales —que yo diría irreales— se hace recreador de la realidad palpable, concreta
y única. Pienso que, aparte de la bella plasmación que hace de su erotismo, este es el punto más a tener en cuenta para considerar el gran acierto
expresivo del poeta en los
sonetos que nos ocupan.
5.— Como se ha apuntado más arriba los dos
ejes indispensables de Versos de la vida
vienen determinados por la oposición entre canción lírica y canto épico. Sin
esta oposición no existiría el libro como obra de conjunto, ya que dichas dos
vertientes dotan a la obra de la cohesión necesaria para ser concebida como
tal. El ritmo alternante de motivos épico-líricos constituye la justa
representación de la bipolaridad de las sensaciones humanas ante la materia
real objetiva.
Tomando en consideración la esfera de lo
lírico se pueden contabilizar once o más poemas que responden a dicho ámbito (6).
Los poemas líricos se concretizan en un metro corto, de ritmo ágil, casi fugaz,
aunque nunca vacuo (lo dicho no obsta para que nos encontremos con algún soneto
de marcado cariz lírico). Con todo, predominan los ritmos octosilábicos y,
alguna que otra vez, los hepta y pentasílabos.
Desde el punto de vista temático lo más a
resaltar es, evidentemente, la gran carga nostálgica que conllevan la mayor
parte de estos poemas. Es una nostalgia serena, breve, dulce; el poeta añora su
infancia, recuerda a su madre, sufre con la guerra de su juventud. La nostalgia
del poeta no es un grito desgarrado, sino que le vuelve hacia una reflexión
sobre el presente. Está siempre, aunque implícito, ese otro gran tema de
Molina: el sentimiento del tiempo como devenir agotador que anula vivencias y arrambla con las estancias felices.
Paralelamente a este sentido del tiempo hay una percepción profunda del
paisaje, del ámbito donde se desenvuelve la existencia, en versos como estos:
"Y en la
suave caricia del rocío
hay un
adiós, ahora, del estío
que se aleja despacio y amarillo", (p.
24)
Por otra parte, en el soneto cuarto, a mi parecer el poema más
perfecto del libro, se puede observar -y esto es muy importante en toda la
producción de Molina- un sentimiento pesimista ante una determinada situación
real que impide la manifestación plena del ser humano:
"... la
vida entera
hay que
ocultar callada y sin sonrisa", (p. 12)
Pero más reseñable -por trascendental- es la presencia activa del mar,
no utilizado aquí (al igual que en los poemas eróticos como imagen de la
belleza, sino representativo del deseo y de la imposibilidad:
"Un
mar de miedo en los dientes
de una
humanidad cobarde,
se extiende
de piel a piel", (p. 36)
Esta pugna entre opuestos es quizá una de
las características más importantes de los poemas que analizamos y enlaza con
la antedicha preocupación por el devenir temporal que mantiene el poeta. Pero
por encima de toda esta lucha está la presencia insoslayable de la vida, la
afirmación del ser, de la existencia. En el poema El árbol nos dice Molina:
"Pero el árbol
tenía
……………………………….
... el dolor de ser
alguien
aunque fuera pequeño".(p. 38)
Es una sublimación de la problemática temporal que carga al hombre de
tristeza, pero sin eludir en absoluto la realidad. Todo lo contrario; es a
través de la vida, de la afirmación de la vida, de la única manera que el
hombre puede aspirar, no ya a la felicidad, pero sí a la salvación de su
identidad humana; la purificación, la catarsis, a través del dolor, de la
lucha, del agón.
6.— Nos centraremos ahora en aquellos poemas cuya motivación es
marcadamente socio-política. En contraste con los anteriormente analizados, el
metro predominante de estos poemas es el endecasílabo y el alejandrino. Son
ritmos largos, espaciados, donde el poeta halla el cauce más adecuado para la
expresión de su protesta, de su repulsa "por el camino gris de nuestro
paso"
(p. 15). Pero esta
protesta, este "levantar la voz a media asta" (p. 25), no se extiende
sólo a la situación concreta político-social, sino que se amplía hasta lograr
ser un testimonio de la situación total del hombre. El pesimismo aparece cuando
el poeta percibe el paulatino aniquilamiento de los componentes de una sociedad
alienada sin posibilidad de redención intelectual. Los últimos versos del poema
"Versículos de la vulgaridad" son aclaratorios en este sentido:
"... y ver cómo se
lleva el aire la simiente
del alma y de la idea que
vuelen por la frente" (p. 20)
La conciencia ética del poeta se rebela
ante la superficialidad de un mundo aparentemente perfecto que encierra en sí
mismo una serie de contradicciones e inoperancias que convierten al hombre en
un "pobre diablo sin infierno" (p. 26).
Es aquí donde Manuel Molina alza su voz hasta los puntos más graves. Y
es que la motivación es bien distinta que en los poemas líricos. Mientras que
en aquéllos la problemática es individual, en éstos se trata de la dominación
aplastante de toda una colectividad. Es el hombre, ser genérico, el que ha de
redimirse de la opresión ejercida por un determinado status, y es aquí
donde caben las voces graves, premonitorias, testimoniales. De nuevo, tenemos
ante nosotros al "notario fiel del pulso de la hora". La única forma
de salvación es la afirmación descarnada de la realidad y la reflexión en el
presente y en la historia; se trata otra vez del problema del tiempo, aunque a
un nivel distinto: si antes nos hallábamos ante una cuestión intrínseca (la
vida de un ser en unas determinadas circunstancias), ahora estamos ante una
problemática extrínseca:
"Vale llorar,
llorar por nuestra historia", (p. 15)
Parece claro, de tener en cuenta todo lo que se ha dicho, que hay un
paralelismo, salvando las distancias, entre ambos grupos de poemas. Se trata,
simplemente, de un transvase de características. Mientras que la canción lírica
atañe a lo puramente individual, interior, del hombre como ser distinto y único,
el canto épico amplía su campo hasta llegar al hombre como ser genérico,
colectivo.
7.— Es precisamente este paralelismo lo
que dota al libro de la unidad que posee. Versos de la vida es un libro
donde un poeta, sujeto del mundo
y de sí mismo, poetiza la vida sobre base real. Y la vida como algo en sí
-quizá como ente- no puede desdoblarse en dos cosas tan perfectamente
diferenciadas, d sujeto viviente es el que desdobla. Pero la dicotomía no
existe; existe lo vital. Si el poeta canta la historia de su propio destino como
progresión de sucesos individuales que se ciñen sobre él y que constituyen
casi un pathos, nacerá el poema lírico. Si el poeta asume el papel de
representante de una colectividad, de su reflexión sobre el pasado nace su
rebeldía ante el presente; si observa la historia no como pathos individual,
sí como cadena de determinaciones, tendremos el poema épico. Ambos han surgido
del mismo fundamento: lo real, a nivel colectivo o a nivel individual.
NOTAS AL PIE DE PÁGINAS
1.— Manuel Molina, Versos de la vida, Angel
Caffarena Editor, (Cuadernos del Sur), Alicante-Málaga, 1977. Al citar algún
poema o fragmento de esta obra, se indicará, entre paréntesis, la página.
2.— Al hacer aquí una
oposición entre lírica y épica, hago abstracción de las dicotomías usuales con
arreglo a este problema genérico. Las considero inoperantes desde el momento
en que, hoy, esa épica de puro cariz referencial a ia que apelan, no existe. No obstante, en el
presente trabajo se utilizan estos términos, por exclusivas razones de
claridad, con unos determinados contenidos que quedan suficientemente
explícitos en el texto.
3.— Manuel Molina, Hombres a
la deriva. Colección Ifach, Alicante, 1950, pp. 39-40.
4.- Manuel Molina, La Belleza y el Fuego, Ángel
Caffarena Editor, (Cuadernos del Sur), Málaga, 1972, p. 19.
5.— Manuel Molina, Coral de pueblo, CASE, Alicante,
1968, p. 51.
6.— Algunos ejemplos, quizá los más
representativos de este tipo de poemas son "El árbol",
"Madre", "Mar materno", etc.
Tomado del libro “Instituto de Estudios Alicantinos” nº 22, II Época, septiembre-diciembre 1977, Páginas
25 -32.
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