Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

jueves, 9 de febrero de 2017

Comentario critico de "Versos de la vida" de Manuel Molina, por Miguel Ángel Cuevas, de 1977









NOTAS A LA LECTURA DE «VERSOS DE LA VIDA» DE MANUEL MOLINA



A Julio y María A Lidia y Mamel


1.— La crítica es, ante todo, una función interpretativa que ejerce un determinado lector sobre una obra. Es inmenso, por tanto, el corpus de interpretaciones posibles ante un hecho litera­rio: tantas como lectores existan. Es muy importante, además, diferenciar la actividad crítica interpretativa, del análisis de la obra, actividad que, desde el punto de vista de las corrientes estructuralistas, es meramente descriptiva.
Si con esto se pretendiera hacer un análisis descriptivo de cada uno de los poemas que conforman el último libro de Molina, Versos de la vida (1), habría que tener la suficiente clarividencia como para —a partir de unas virtudes constantes observables en el conjunto— llegar a una solución, a una descripción irrefutable de la obra.
Sin embargo, no se trata ahora de eso, sino de interpretación de un texto. Y está claro que la posición ideológica y las coorde­nadas socio-culturales intrínsecas de cada posible crítico —cada lector— son varias y, por otra parte, determinantes a la hora de emitir un juicio. Es decir, que lo que se pueda ofrecer aquí es solamente una interpretación de la obra, nunca la interpretación, ya que ésta, como tal, no existe.

2.— Versos de la vida es un libro compuesto por treinta y cuatro poemas entre los cuales destacan como núcleo principal, formalmente hablando, los veintitrés sonetos que contiene; hay además algunos poemas en metros más cortos, así como unos cuantos compuestos en alejandrinos. Independientemente de su configuración métrica, podríamos considerar los poemas desde el punto de vista de las motivaciones globales que los originan; con arreglo a esto cabría hacer quizá tres apartados: poemas eróticos; otros poemas de carácter más específicamente lírico, donde se juega con la imagen de la madre y de la infancia; y otros que reponden a una preocupación social y política, y que en algunos momentos llegan a alcanzar altas cotas de tragicidad.
Con todo, podríamos decir que el libro se desdobla, a partes iguales, en dos grandes vertientes: la canción impregnada de emoción lírica (donde quedarían incluidos los poemas eróticos), y el canto épico (2), que surge a partir de motivaciones socio-políti­cas. Esta bipolaridad servirá más adelante a la hora de intentar el establecimiento de unas conclusiones.
Sin embargo, existen poemas en el libro —es inútil represen­tar un ente variado en una estructuración sintomática— que esca­pan a esta clasificación; tal es el caso de los tres primeros sonetos que se constituyen a modo de introducción a la obra y de auto- confesión poética. Asimismo, tampoco son susceptibles de incluir­se en la clasificación propuesta poemas como "Mis poetas" o los dos dedicados a Miguel Hernández, personaje entrañablemente querido de Manuel Molina y -de algún modo- siempre presente en sus raíces literarias y humanas, allá en su Orihuela natal.

3.— Consideremos en primer lugar los poemas que sirven de introducción al conjunto (los tres sonetos iniciales antes aludidos), donde el poeta establece los límites de su cometido y que habrán de servirnos al mismo tiempo para ahondar en sus motivaciones particulares de cara a la creación artística.
    Lejos de la concepción del poeta como un individuo abstraí­do, siempre de vueltas de la inspiración y las musas, Manuel Molina es un hombre inmerso en el tiempo que le ha tocado vivir. Y como tal, asume "una pesada y pura pesadilla / que (le seca) la sangre y la saliva" (p. 11): la de "notario fiel del pulso de la hora" (p. 18); para un auditorio: "el pueblo que sufre y no respira" (p. 9).
En estos versos queda plasmada la autoconfesión poética de la que hablaba anteriormente; el poeta se afana en la ardua tarea de ser su propio notario, casi un cronista particular de la realidad.
    Y no para ahí, sino que su verso adquiere plena transcendencia desde el momento en que va dirigido a alguien: a ese pueblo que "está cansado de oir tanta mentira" (id.).  
    Analicemos más despacio estas tres características. Para Molina la poesía es una tarea ardua, absorbente, que se impone como una necesidad vital para el poeta; es una necesidad casi biológica, con sus ciclos incluso, la que el poeta tiene de expre­sión a través del lenguaje. Pero esta necesidad cumple sus perío­dos inmersa en unas determinadas coordenadas espacio-tempora- les a partir de las cuales Manuel Molina poetiza. Así lo dice el poeta:
"(con) el asunto que siempre da la vida,
voy dejando caer algún soneto" (p. 10).

       Y lo hace llegar hasta el pueblo "matinal y primitivo... del hombre elemental, sin compostura", como ya nos anunciara en Hombres a la deriva (3).
El poeta se siente unido a esa gran tradición populista de la lírica castellana, a esa gran línea de la lírica popular que enlaza los anónimos juglares medievales con las últimas generaciones histó­ricas.

4.— Los poemas eróticos forman, si no el grupo más impor­tante cuantitativa o temáticamente, sí el conjunto más homogé­neo del poemario; y al ser sólo cinco los sonetos de que se com­pone esta parcela, constituyen quizá el apartado más fácilmente aprehensible del libro. Si a esto unimos que se suceden consecu­tivamente a lo largo de la obra (pp. 27-31), podemos afirmar que nos hallamos ante el grupo mejor cohesionado de la totalidad. Por todo esto, y pese a no ser uno de los dos ejes estructurales indis­pensables del libro, conviene hacer unas cuantas consideraciones en torno al erotismo en la obra actual de Manuel Molina.
El primer soneto, que comienza con el verso "Rosa García Ros, Rosa García", es el eslabón primero de la evolución imagina­tiva posterior. Es un poema donde se entrevé un erotismo suave, fino, casi vergonzoso; hay "un tono de más, de todavía". Es el amor pueblerino de palabras calladas, entredichas, cotilleadas por las comadres en los portales umbríos.
A través de él llegamos a la manifestación desnuda y patente del más puro erotismo. No hay falsos rubores en estos poemas que manifiestan una gama de motivaciones concretas, nunca enmascaradas en eufemismos artificiosos y vacuos. El poeta llama a las cosas por su nombre, y en una perfecta sucesión imaginativa llega a la plasmación de la figura real de la mujer. Manuel Molina ha madurado el erotismo leve de La Belleza y el Fuego (4) ("mu­chachas en el mar / —sal de la espuma"), y nos da versos como estos:
     "Despierto por la sangre y el dibujo
del ánfora real tras tu cintura
        y a la altura del vientre tus corolas.

  Mareas de la flor, flujo y refluio
de caderas y pechos, de figura
                   redonda por el mar y por sus olas" (p. 29).

Estos versos sirven, al mismo tiempo, para la apreciación de un dato que es sintomático en los poemas que ahora tratamos. Obsérvese que la imagen del mar se une —y esto es aplicable a todos los poemas eróticos del libro— a la de la mujer amada. En todos los sonetos existe una referencia, más o menos explícita, al mar, utilizándolo como manifestación de un universo simbólico determinado. Parece que el poeta quiera hacer suya la suavidad, la caricia, el ser envolvente del mar, rodeando a la mujer de un hálito de belleza, de claridad, de lentitud sedante. Ya en Coral de pueblo (5) nos decía:
                       "Mar del amor profundo... con una estela amarga de
                                                                                                                [alegría".

Es en los dos últimos sonetos donde más abiertamente se plasma este erotismo real y concreto del que se ha hablado antes. Expresiones como "pecho picudo de tan recto" (p. 30) o "flor en la entrepierna muy oscura" (p. 31), vendrían a ratificar dicha patentización.
Manuel Molina sigue fiel a su vocación de "notario... del pulso de la hora" y sin refugiarse en subterfugios ideales —que yo diría irreales— se hace recreador de la realidad palpable, con­creta y única. Pienso que, aparte de la bella plasmación que hace de su erotismo, este es el punto más a tener en cuenta para con­siderar el gran acierto expresivo del poeta en los sonetos que nos ocupan.

5.— Como se ha apuntado más arriba los dos ejes indispen­sables de Versos de la vida vienen determinados por la oposición entre canción lírica y canto épico. Sin esta oposición no existiría el libro como obra de conjunto, ya que dichas dos vertientes dotan a la obra de la cohesión necesaria para ser concebida como tal. El ritmo alternante de motivos épico-líricos constituye la justa representación de la bipolaridad de las sensaciones humanas ante la materia real objetiva.
Tomando en consideración la esfera de lo lírico se pueden contabilizar once o más poemas que responden a dicho ámbito (6). Los poemas líricos se concretizan en un metro corto, de ritmo ágil, casi fugaz, aunque nunca vacuo (lo dicho no obsta para que nos encontremos con algún soneto de marcado cariz lírico). Con todo, predominan los ritmos octosilábicos y, alguna que otra vez, los hepta y pentasílabos.
Desde el punto de vista temático lo más a resaltar es, eviden­temente, la gran carga nostálgica que conllevan la mayor parte de estos poemas. Es una nostalgia serena, breve, dulce; el poeta añora su infancia, recuerda a su madre, sufre con la guerra de su juventud. La nostalgia del poeta no es un grito desgarrado, sino que le vuelve hacia una reflexión sobre el presente. Está siempre, aunque implícito, ese otro gran tema de Molina: el sentimiento del tiempo como devenir agotador que anula vivencias y arrambla con las estancias felices. Paralelamente a este sentido del tiempo hay una percepción profunda del paisaje, del ámbito donde se desen­vuelve la existencia, en versos como estos:
                              "Y en la suave caricia del rocío
                              hay un adiós, ahora, del estío
                              que se aleja despacio y amarillo", (p. 24)

Por otra parte, en el soneto cuarto, a mi parecer el poema más perfecto del libro, se puede observar -y esto es muy impor­tante en toda la producción de Molina- un sentimiento pesimista ante una determinada situación real que impide la manifestación plena del ser humano:
                                "... la vida entera
                                  hay que ocultar callada y sin sonrisa", (p. 12)

Pero más reseñable -por trascendental- es la presencia activa del mar, no utilizado aquí (al igual que en los poemas eró­ticos como imagen de la belleza, sino representativo del deseo y de la imposibilidad:
                                   "Un mar de miedo en los dientes
                                    de una humanidad cobarde,
                                   se extiende de piel a piel", (p. 36)

      Esta pugna entre opuestos es quizá una de las características más importantes de los poemas que analizamos y enlaza con la antedi­cha preocupación por el devenir temporal que mantiene el poeta. Pero por encima de toda esta lucha está la presencia insoslayable de la vida, la afirmación del ser, de la existencia. En el poema El árbol nos dice Molina:
"Pero el árbol tenía
……………………………….
... el dolor de ser alguien
        aunque fuera pequeño".(p. 38)

Es una sublimación de la problemática temporal que carga al hombre de tristeza, pero sin eludir en absoluto la realidad. Todo lo contrario; es a través de la vida, de la afirmación de la vida, de la única manera que el hombre puede aspirar, no ya a la felicidad, pero sí a la salvación de su identidad humana; la purificación, la catarsis, a través del dolor, de la lucha, del agón.

     6.— Nos centraremos ahora en aquellos poemas cuya moti­vación es marcadamente socio-política. En contraste con los ante­riormente analizados, el metro predominante de estos poemas es el endecasílabo y el alejandrino. Son ritmos largos, espaciados, donde el poeta halla el cauce más adecuado para la expresión de su protesta, de su repulsa "por el camino gris de nuestro paso"
(p. 15). Pero esta protesta, este "levantar la voz a media asta" (p. 25), no se extiende sólo a la situación concreta político-social, sino que se amplía hasta lograr ser un testimonio de la situación total del hombre. El pesimismo aparece cuando el poeta percibe el paulatino aniquilamiento de los componentes de una sociedad alienada sin posibilidad de redención intelectual. Los últimos versos del poema "Versículos de la vulgaridad" son aclaratorios en este sentido:
"... y ver cómo se lleva el aire la simiente
                del alma y de la idea que vuelen por la frente" (p. 20)

      La conciencia ética del poeta se rebela ante la superficialidad de un mundo aparentemente perfecto que encierra en sí mismo una serie de contradicciones e inoperancias que convierten al hombre en un "pobre diablo sin infierno" (p. 26).
Es aquí donde Manuel Molina alza su voz hasta los puntos más graves. Y es que la motivación es bien distinta que en los poemas líricos. Mientras que en aquéllos la problemática es indivi­dual, en éstos se trata de la dominación aplastante de toda una colectividad. Es el hombre, ser genérico, el que ha de redimirse de la opresión ejercida por un determinado status, y es aquí donde caben las voces graves, premonitorias, testimoniales. De nuevo, tenemos ante nosotros al "notario fiel del pulso de la hora". La única forma de salvación es la afirmación descarnada de la reali­dad y la reflexión en el presente y en la historia; se trata otra vez del problema del tiempo, aunque a un nivel distinto: si antes nos hallábamos ante una cuestión intrínseca (la vida de un ser en unas determinadas circunstancias), ahora estamos ante una problemáti­ca extrínseca:
"Vale llorar, llorar por nuestra historia", (p. 15)

Parece claro, de tener en cuenta todo lo que se ha dicho, que hay un paralelismo, salvando las distancias, entre ambos grupos de poemas. Se trata, simplemente, de un transvase de caracterís­ticas. Mientras que la canción lírica atañe a lo puramente indivi­dual, interior, del hombre como ser distinto y único, el canto épico amplía su campo hasta llegar al hombre como ser genérico, colectivo.

     7.— Es precisamente este paralelismo lo que dota al libro de la unidad que posee. Versos de la vida es un libro donde un poeta, sujeto del mundo y de sí mismo, poetiza la vida sobre base real. Y la vida como algo en sí -quizá como ente- no puede desdo­blarse en dos cosas tan perfectamente diferenciadas, d sujeto viviente es el que desdobla. Pero la dicotomía no existe; existe lo vital. Si el poeta canta la historia de su propio destino como progresión de sucesos individuales que se ciñen sobre él y que cons­tituyen casi un pathos, nacerá el poema lírico. Si el poeta asume el papel de representante de una colectividad, de su reflexión sobre el pasado nace su rebeldía ante el presente; si observa la historia no como pathos individual, sí como cadena de determina­ciones, tendremos el poema épico. Ambos han surgido del mismo fundamento: lo real, a nivel colectivo o a nivel individual.


NOTAS AL PIE DE PÁGINAS
1.— Manuel Molina, Versos de la vida, Angel Caffarena Editor, (Cuadernos del Sur), Alicante-Málaga, 1977. Al citar algún poema o fragmento de esta obra, se indicará, entre paréntesis, la página.
       2.— Al hacer aquí una oposición entre lírica y épica, hago abstracción de las dicotomías usuales con arreglo a este problema genérico. Las considero ino­perantes desde el momento en que, hoy, esa épica de puro cariz referencial a ia que apelan, no existe. No obstante, en el presente trabajo se utilizan estos términos, por exclusivas razones de claridad, con unos determinados conteni­dos que quedan suficientemente explícitos en el texto.
3.— Manuel Molina, Hombres a la deriva. Colección Ifach, Alicante, 1950, pp. 39-40.
    4.- Manuel Molina, La Belleza y el Fuego, Ángel Caffarena Editor, (Cuadernos del Sur), Málaga, 1972, p. 19.
     5.— Manuel Molina, Coral de pueblo, CASE, Alicante, 1968, p. 51.
6.— Algunos ejemplos, quizá los más representativos de este tipo de poemas son "El árbol", "Madre", "Mar materno", etc.

Tomado del libro “Instituto de Estudios Alicantinos”  nº 22, II Época, septiembre-diciembre 1977, Páginas 25 -32.

No hay comentarios:

Publicar un comentario