Mis primeros recuerdos infantiles se refieren a un cuento que nos
relataba mi padre cada domingo a mi hermana [Clemencia] y a mí. Las mañanas
de aquellos días de
fiesta al despertar, nuestra ilusión era ir a la cama de mis padres para continuar oyendo el relato que
mi padre retomaba sobre las aventuras de una cabrita llamada Coral, con una
condicion previa, nosotras debíamos recordar dónde se había acabado el domingo anterior el cuento.
Cuando
evoco mi infancia tengo presente el ambiente de aquellos difíciles años 50
y 60, tan parcos en cosas superfluas. Recuerdo aquellos calcetines de algodón remendados en los talones y el esfuerzo que hacíamos para que no se vieran por encima de los zapatos, también recuerdo los bocadillos de la hora del recreo: eran de salchichón, de sobrasada, pero nunca de jamón.
Vivíamos
mi familia y yo (los cuatro como le gustaba decir a mi padre) en un tercer piso
de una calle del Barrio de San Blas, cuyo nombre era todavía el del constructor
y después fue calle del Poeta Garcilaso de la Vega. La fachada daba al
cementerio viejo, pero por la parte trasera se contemplaba el mar desde el cabo
de Santa Pola al Cabo de la Huerta. Allí era donde estaba el despacho de mi
padre, donde escribía, leía y recibía a sus amigos. Allí conocimos mi hermana y
yo a Josefina Manresa, que venía desde Elche al cementerio de Alicante, donde
reposan los restos de Miguel Hernández. La recuerdo evocando con mi padre el
ambiente de Orihuela que ambos habían vivido en su juventud, también recuerdo
su belleza serena, su mirada triste y su voz.
La
gente que venía a Alicante buscando noticias del poeta Miguel Hernández pasaba
por mi casa: Concha Zardoya, Ma de Gracia Ifach, Marie Chevallier...
Mi padre también mantenía amistad y correspondencia con otros escritores y
poetas del resto de España, Ma Beneyto,
José Albi, Julián Andúgar, Vicente Aleixandre...
Una
tarde de verano, el poeta Blas de Otero, que pasaba unos días en Alicante, se
encontraba en mi casa. Mi vecina de abajo me pidió que fuese a jugar a la
calle, mi respuesta fue que no iba a salir porque "estaba en mi casa el
mejor poeta de España". Respuesta que hizo sonreír al poeta que escuchó
todo esto a través de una ventana abierta.
En el
estudio que el pintor Gastón Castelló tenía en la calle San Fernando se
organizaban de cuando en cuando reuniones a las que acudían escultores como
Carrillo y Gutiérrez, pintores como Pérez Pizarra, cantantes de coro como
Antonio Oliver (el Bardo), acompañados de sus mujeres e hijos; allí se
merendaba, se cantaba "La Cabrita" interpretada magistralmente por Gastón
y el Bardo.
Fue
fundamental en la vida mi padre y en su obra la relación con sus amigos*de
Orihuela, Carlos Fenoll, los hermanos Sijé y Miguel Hernández. Era mi padre el
benjamín, (7 años le separaban de Miguel), de aquellas reuniones en la tahona
de los Fenoll en la calle de Arriba, pero siempre le oí narrar con verdadera
emoción el momento del nacimiento de los primeros poemas de Miguel Hernández o
de Carlos Fenoll.
La pérdida de la
guerra, la muerte de Miguel en la cárcel de Alicante, y muchos otroreveses de aquella época, hacen escribir a mi padre estos versos:
Quiero recordar tu
figura y tu acento,
y más te pierdo cuando más te busco,
desisto de mi empeño,
aunque no te olvido,
que más vivo estás en mí, ahora de muerto,
que lo
estuviste antes, cuando vivo.
En los años 70 y 80 mis
padres hicieron realidad uno de sus sueños, viajaron a París, Roma, Grecia o
Viena. Mi padre siguió escribiendo poesía, artículos en prensa, revistas o
llibrets, y dando charlas y conferencias. Este ajetreo viajero, el nacimiento de
sus nietos y el contacto humano en charlas, conferencias y encuentros
literarios, fueron llenando su vida hasta el final.
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