Manuel Molina

Manuel Molina
Retrato de Ramón Palmeral 2017

lunes, 3 de abril de 2017

Comentario de la almeriense Celia Viñas sobre el libro "Hombres a la deriva" de Manuel Molina



HOMBRES A LA DERIVA. Comentario de Celia Viñas.

Este libro no es el libro de un poeta al uso más claro. Este libro no es tan solo el libro de un poeta de palabras o de poesía. Es un hombre –nada menos que todo un hombre­– el que escribe “HOMBRES A LA DERIVA”. Y el hombre no nos habla de las cosas –horribles o preciosas– de las que parlotean los poetas al uso y al abuso. Nos habla del hombre. De los hombres de hoy a la deriva. El, el hombre y el poeta, los mira desde la vuelta de su carretera –una difícil ribera lírica donde los instrumentos, las mareas, el trabajo sustituyen la hermosura de la playa  frente al mar libre, conchas, corales, arena– y grita por el hombre y su libertad. La esencia. Como grita el hombre de la orilla ante el náufrago en el horizonte. Construyó caminos hasta hoy Manuel Molina y quien construye caminos en la tierra tiene que escribir de manera profundamente seria y sentida. De una manera dramática y severa. Serenamente, en amplio dolor que se hace inteligencia. La ascética del trabajo fortalece el músculo y el alma del autor. Hombre al aire libre, que convivió con el obrero ordenó su trabajo, frente a la naturaleza dura y amplia, nunca cantará la alcoba de la mujer y el narcisismo del propio espejo. Cantará  a los hombre en su primer libro de empuje escrito con las manos anchas de las honradez de los oficios medievales y modernos, hoy que Molina vive entre libros leemos su obra de construcción como en un campo a lo Walt, el americano, más que un canto filial de Aleixandre.
   “Este es mi primer libro. Un libro, elemental y rudo, como yo quisiera ser”. “Mi obra está consagrada al hombre”. Pertenece esta obra a un neohumanismo que vemos como se va arquitecturando entre tanta poesía de sauce Morón, tremendismo de efecto y demás aproximaciones. Lo que llamaríamos poesía de “accésit”. De algo a lo que no se llega. Que no se alcanza. Esta poesía que quiere sustituir la fuerza contenida de la poesía en semilla apretada, por la longitud de caña de versículo roto en paralelismos antitéticos… –Dulce flautistas ¿soltezan? en las cañas de los pastores solos–. La hermosura de la obra no puede ser sustituida por la intensidad del lamento, del lamento más o menos sincero. Y no. Aquí está el poema que debe construirse como se construye una carretera o un puente. Como se construye una casa o un molino. Por él deben caminar los hombres o moler en él, el pan de su hambre. Si así no fuera –versos a la deriva– las palabras serían una hermosa y repugnante mentira.
   Es el hombre que canta y se canta. No se encanta. Para encantadores de serpientes hay que admitir la flauta oriental y la existencia de los que se arrastran. Aquí humano y religioso, el poeta, el hombre sólo canta al hombre ya a Dios. Y el hombre que canta a Dios y se canta a sí mismo como criatura de Dios es un hombre bueno. Y un buen poeta. No nos extraña la dedicatoria a Antonio Machado. No lo hemos dado ni un momento. “Hay que poner el corazón en los más alto… en voluntad de enamorado”, “ganar la majestad de la entereza con el solo de Dios en nuestras venas”. Está dicho todo en la primera página del libro. Pasemos a la segunda: ¿ser o no ser? Ser hombre. He ahí la solución única que admite Molina ente el problema de vida y poesía.
   Lo dramático del libro no está en el grito o el lamento, está en la certidumbre generacional de que el hombre es un autómata sin sangre y el poeta murguista… cuando el hombre no tiene amor. “Horas es ya de que venga el vigilante y disperse la murga.” ¿No recordamos a don Miguel de Unamuno? Los hombres deben madrugar, irán a la labranza, forjarán el hierro, afinarán el corazón de la madera, construirán una carreta ancha, hermosa… ¡Qué se calle la murga y les deje dormir ¿Cómo lograr este maravillosa madrugada, esta alborada sin lírica y sí con poética, este amanecer? ¿Cómo evitar el barro, la taberna, el tabaco, la cloaca, la baraja, el gusano, el mendrugo, la mentira? El hombre puede caer en la miseria de la ciudad o en el dolor de la soledad –los amigos de fueron– ¿qué hacer? Volver al principio:

 “es precisos volver a la partida
al origen primero, aquel estado
donde aún el amor era vida”.

  La solución, más que social es teológica. Necesita el hombre encontrar el “corazón de la tierra”, encontrarse con Adán en su inocencia, en su Paraíso. Y si Molina vive en mundo que grita,  ¿…? donde como una enrome escoria –son sus palabras– “viven los ángeles del luto” tiene no obstante, toda la gallardía del superviviente. Del que lo puede contar.
    Así, en la segunda parte cambia de ritmo y hay una clara esperanza:

 


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